"Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a unos solo, eso sería facilísimo..., pero las cosas no van por ese camino..., porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo."
Galileo

sábado, 2 de mayo de 2009

Pisa, los ratones y Giordano Bruno

José Saramago
Brecha.
Traducción del portugués: Olga Filliol

Creado en Pisa

Siempre me intrigaron aquellos libros o cuadernos de viaje, escritos paso a paso, en los cuales se van anotando puntualmente los acontecimientos e incidentes de cada día, desde un buen almuerzo mundano hasta una sutilísima impresión estética. Pienso que el memorialista hace trampas. Y no creo en lo que pueda aprovechar de un viaje quien ande todo el día registrando mentalmente lo que ha de escribir en la noche, o peor todavía, quien desvíe los ojos del Baptisterio de Pisa para anotar en un cuadernillo una interjección ridícula. En mi modesta opinión, no hay nada mejor que caminar y recorrer, abrir los ojos y dejar que las imágenes nos penetren como hace el sol en los vitrales.
Preparemos nuestro filtro adecuado (la sensibilidad despierta, todo el saber posible) y más tarde encontraremos, en estado de inesperada pureza, el maravilloso brillo centelleante de la memoria enriquecida. Y también, cuántas veces, una risotada, una máscara provocativa, o una amenaza de muerte. Es por todo esto que la crónica de hoy se abre con un título ambiguo, por el cual el lector ya queda avisado para no acusarme de tramposo.
Creado en Pisa, por ejemplo, fue el Baptisterio, que parece una tiara gigantesca posada sobre un pasto verdísimo. Todo de mármol blanco, vamos dando vueltas a su alrededor, y a las cansadas nos damos cuenta de que estamos viendo mal por causa de una humedad en los ojos. Creado en Pisa, está allí el Campo Santo, con los frescos de Benozzo Gozzoli, de Tadeo Gaddi, de Spinello Aretino, del maestro del "Triunfo de la muerte": pasaron siglos sobre esas pinturas y las fueron gastando con sus dientes suaves y silenciosos. Y hubo, también, bombardeos e incendios, plomo derretido, guerra.
Creado en Pisa fue el Campanario, inclinado para motivar las fotografías y que es para mucha gente, más que un precioso monumento, un recuerdo divertido. También creado en Pisa es este espacio poligonal llamado Plaza de los Caballeros (Piazza dei Cavalieri, como se dice en italiano), y que, de noche, libre de turistas, da un salto hacia la Edad Media y nos hace sentir intrusos y perdidos.
Creado en Pisa es el genio de los escultores pisanos, creado tal vez en Pisa fue el lampadario que Galileo vio oscilar en el interior de la catedral, concebida también, creada y construida en Pisa, en el siglo xi, por un hombre que se llamó Buscheto y cuyos huesos se ignoran en un sarcófago colocado debajo de la última arcada de la fachada izquierda. Todo esto y mucho más que no puedo o no sé contar, fue creado en Pisa.
También creado en Pisa era aquel hombre de mediana edad que nos sirvió nuestra primera cena verdaderamente italiana, en un restaurante forrado de pinturas, todas naturalezas muertas y algunos pocos paisajes. Ahí comimos las infalibles pastas, ahí bebimos el infalible Chianti, mientras el creado en Pisa se dedicaba a adivinar nuestra nacionalidad. Falló dos veces, falló tres veces y por fin se la dijimos. Le gustó saberla.
Se esmeró en el servicio, dio buenas sugestiones, sirvió el vino, dijo chistes. Un primor de creado en Pisa.
A los postres, se dejó andar por ahí, vigilante, como si nos hubiera adoptado. Todo él era una nostalgia anticipada. Y cuando finalmente nos trajo el cambio, no tuvo empacho en decir: "Ah, portugueses. Qué suerte. También nosotros cuando vivía Benito Mussolini".
Lo miramos fijo, impávidos. El creado en Pisa nos miró con una expresión cómplice en la que sólo faltaba una guiñada. Respondimos en nuestro italiano rudimentario pero para la ocasión bastante claro. Y salimos.
Afuera, la torre continuaba inclinada. Pero no caería. Y ese fue el mayor espanto de mi viaje.
El ratón contrabandista
Según los diccionarios, fábula es "una pequeña composición de forma poética o prosaica, en la cual se narra un hecho alegórico, cuya verdad moral se esconde bajo un velo de ficción, y en la cual se hacen intervenir personas, animales o mismo cosas inanimadas". Si esta laboriosa explicación es correcta, entonces esta crónica es una fábula, sin embargo, desde ya lo declaro, no es mi propósito esconder aquí cualquier verdad moral. Por lo contrario: en mi débil entender, las verdades, morales o inmorales (y sobre todo éstas), deberían estar a la vista de todos, así como el color de los ojos.
Decido por lo tanto que esto no es una fábula: no es alegórico el hecho narrado, y en cuanto a la verdad moral, ya lo dije. Además no veo cómo un pobre ratón podría con tanta literatura y tan pesada responsabilidad.
Este ratón (si aún no está muerto) vive en la frontera. ¿Qué frontera?, pregunta el lector, abriendo el mapa del mundo. Ninguna frontera, respondo, evasivo, y continúo: es un pequeño ratón de campo que como resultado de generaciones, apareamientos y de ciertas antiguas migraciones nació en la frontera, no se sabe de qué lado. Allí vivió pacíficamente su vida, sin amenaza de gatos o de trigo violeta, atento apenas al vuelo furtivo del milano. Gracias a los amables impulsos de la naturaleza, tuvo prole abundante, la cual, sin otras dificultades, prosperó.
Pero hubiera sido un ratón más feliz si a los dos países contiguos no se les hubiera ocurrido la idea de acelerar a fondo la riqueza nacional. Veinte años antes no hubiera tenido complicaciones: se contaban las personas, el dinero, las tierras arables o no, las minas, las vacas, los puertos de mar.
Pero ahora ambos países poseen enormes computadoras, que son aparatos dotados de un apetito prodigioso, que cuanto más tienen, más quieren. De ahí que el inventario fuera súper riguroso. A tal punto que, habiendo sido introducido en el computador el concepto "múrido", no demoró en que el aparato exigiese, bajo amenaza de errar los coeficientes finales, la "riqueza nacional en ratones".
Fue aquí que la desgracia cayó sobre el hocico puntiagudo del bicharraco. Grupos de empadronadores rastrearon los dos países con peine fino, contando ratón por ratón, haciéndoles un nudo en la cola para no repetir la cuenta, hasta que llegaron a la frontera. Mientras hubo abundancia de ratones de un lado y de otro, los empadronadores no los hostilizaron. Pero llegó el momento en que apenas los separaba la línea de frontera, línea que como se sabe es invisible. Y los ratones quefaltaban eran aquellos de los que vengo hablando y su prole.
Comenzaron inmediatamente los incidentes fronterizos. Hubo cambio de tiros, se disputaron los ratones a trompadas, se concentraron tropas, se pronunciaron discursos inflamados y amenazas terribles. Y esta es la situación en el momento que escribo.
Uno de los países beligerantes consiguió prender al ratón y va a juzgarlo por contrabando. Las cancillerías de las grandes potencias están preocupadas. Ya fueron presentadas varias propuestas de conciliación, y una de ellas tiene grandes posibilidades de ser aceptada: consiste en entregar los ratones en litigio a los gatos de los dos países, para que éstos, naturalmente, se los coman. De esta manera se evita el conflicto y no se pierde la riqueza. Porque lo que se pierde en ratones, se gana en gatos. Una simple transferencia.
Los gritos de Giordano Bruno
Finalmente, no es muy grande la diferencia que hay entre un diccionario y un vulgar cementerio. Las tres líneas secas e indiferentes con que en la mayor parte de los casos los diccionaristas resumen una vida, son el equivalente a la sepultura rasa que reciben los restos de aquellos que (perdónese el truequecillo fácil) no dejan restos. La página llena, con firma y fotografía, es el mausoleo de buena piedra, puertas de hierro y corona de bronce, más la romería anual. Pero el visitante hará bien en no dejarse confundir por las fachadas arquitectónicas, por las esculturas y cruces, por las lloronas de mármol, por todo el escenario que la muerte aprecia desde siempre. Igualmente deberá prestar atención, si está en campo abierto, sin referencias, al lugar donde pone los pies, no vaya a suceder que debajo de sus zapatos se encuentre el hombre más importante del mundo.
No va a pisar, es óbice, la sepultura de Giordano Bruno, porque ése fue quemado en Roma, ardió atrozmente como arde el cuerpo humano, y de él, que yo sepa, ni las cenizas se guardaron. Pero del mismo Giordano, para que todas las cosas estén en los lugares que les competen y justicia al fin se haga, fueron reservadas cuatro líneas en este diccionario biográfico. En tan poco espacio, en tan pocas letras, allí, entre la fecha de nacimiento (1548) y la fecha de la muerte (1600), de los datos de un universo personal que vivió en el mundo, poco se dice: italiano, filósofo, panteísta, dominico, dejó las órdenes, negóse a renunciar a sus ideas, fue quemado vivo. Nada más. Nace y vive un hombre, lucha y muere, así para esto. Cuatro líneas, descansa en paz, paz para tu alma si en ella creías. Y quedamos bien entre amigos, en sociedad, en una reunión, en la mesa del restaurante, en la discusión profunda, si dejamos caer adecuadamente, de un modo sencillo y sabio, la media docena de palabras que usamos de ganzúa y con las cuales imaginamos poder abrir una vida y una conciencia.
Pero, para nuestra disconformidad, si estamos en un momento lúcido, los gritos de Giordano Bruno irrumpen como una explosión que nos arranca de las manos el vaso de whisky y nos borra de los labios la sonrisa intelectual que usamos para hablar de estos casos. Si, esa es la verdad, la incómoda verdad que viene a destruir la grata relación del diálogo: Giordano Bruno gritó cuando fue quemado. El diccionario sólo dice que él fue quemado, no dice que gritó. Ahora, ¿qué diccionario es éste que no informa? ¿Para qué quiero una biografía de Giordano Bruno que no habla de los gritos que dio, allí, en Roma, en una plaza o en un patio, con gente alrededor, unos que avivaban el fuego, otros que asistían, otros que serenamente escribían el auto de ejecución?
Olvidamos demasiado que los hombres son de carne fácilmente sufrida. Desde la infancia que los maestros nos hablan de mártires, dándonos ejemplos de civismo y moral a costa de ellos, pero no dicen qué doloroso fue el martirio, la tortura. Todo queda en abstracto, filtrado, como si mirásemos en Roma la escena a través de gruesas paredes de vidrio que amortiguasen los sonidos, y las imágenes perdiesen la violencia del gesto por obra, gracia y poder de refracción. Y entonces podemos decir, tranquilamente, unos a otros, que Giordano Bruno fue quemado. Si gritó, no oímos.
Y si no oímos, ¿dónde está el dolor?
Pero gritó, mis amigos. Y continúa gritando.

* De A Bagagem do viajante. Editorial Caminho: "O Campo da Palavra". Lisboa, Portugal, 1997 (sexta edición). Recopilación de crónicas publicadas por primera vez en el diario A Capital en 1969 y en el semanario Jornal do Fundão, en 1971 y 1972.

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